El aire que respiramos, ¿está limpio?
Jaume Fons – @jaumecologist
Consultor senior en RSE y Sostenibilidad
Cimas Innovación y Medio Ambiente – @cimasinnovacion
La contaminación atmosférica se ha convertido en uno de los problemas más graves a los que se tendrán que enfrentar los gestores de las ciudades en los próximos años. De hecho, según un estudio de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA), es la responsable de más de 430.000 muertes prematuras en Europa.
Las ciudades están llamadas a ser los lugares de mayor densidad de población, a tenor de la evolución reciente y por las perspectivas demográficas de futuro. Son puntos en el territorio que aglutinan, en poca superficie, una gran cantidad de actividad humana. Esto hace necesario un suministro constante de energía, alimentos y recursos naturales; junto con necesidades en materia de recogida de residuos, limpieza o transporte.
Éste último es uno de los mayores responsables de los niveles de contaminación que se registran en las ciudades. Los contaminantes que afectan en mayor grado a la salud humana son las partículas en suspensión (PM), el ozono troposférico (O3) y el dióxido de nitrógeno (NO2).
Es innegable que, en las últimas décadas, la industria del automóvil y la logística han hecho avances significativos en reducir las emisiones contaminantes asociadas al transporte de personas y mercancías, pero todavía hoy se dan situaciones de alarma sanitaria ante episodios de elevada contaminación. No es casual que un tercio de los españoles respire aire contaminado.
«A pesar de las mejoras continuas en las últimas décadas, la contaminación atmosférica sigue afectando a la salud general de los europeos, mermando su calidad de vida y su esperanza de vida», ha afirmado el Director Ejecutivo de la AEMA, Hans Bruyninckx. «También tiene un considerable impacto económico, al aumentar los costes médicos y reducir la productividad por los días de trabajo que se pierden en todos los sectores».
Un problema añadido que dificulta la sensibilización hacia éste problema es que este tipo de contaminación no es tan visible como otras. A diferencia de un río contaminado o un vertido, la contaminación atmosférica pasa desapercibida para la mayoría de la población, lo que reduce la percepción del problema y, por tanto, minimiza la adopción de cambios en los hábitos contaminantes. En 2013, el eurobarómetro recogía que el 87 % de los ciudadanos europeos se mostraba convencido de que no se hace lo suficiente para atajar la contaminación atmosférica.
¿Qué se puede hacer para actuar frente a este problema? Apuntaban como solución, además de que la industria y los productores de energía adopten medidas suficientes, reducir el uso del automóvil y sustituir los viejos aparatos en las casas por otros más eficientes. Siete de cada diez europeos se declara insatisfecho con lo que hacen sus gobiernos para que el aire sea respirable. Fuera de las ciudades, también hay trabajo por hacer, fomentando, por ejemplo, medidas para reducir la utilización de nitrógeno en la alimentación animal y los abonos.
En definitiva, parece claro que ante un problema difuso se requieren múltiples soluciones; por lo que la reducción de la contaminación atmosférica sólo será posible desde una actuación coordinada que implique a la industria, las administraciones públicas y la sociedad civil.
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